Publicado: 30/10/2016 - Actualizado: 20/05/2019
Autor: Antonia González
La semana pasada os hablaba de la confianza, de lo importante que es confiar en que ese embarazo es posible, confiar en nuestro cuerpo de mujer es capaz gestar un bebé, confiar en que somos capaces, confiar en la vida en definitiva!!!! Este artículo va para vosotras!!
La semana pasada, os dejaba con un fragmento de un texto del psicólogo Joan Garriga, así que seguimos, os dejo una segunda parte de este texto maravilloso, y que quiero compartir con vosotr@s, porque sé que os puede ayudar….
Confiar en la vida
“Desde la terapia Gestalt creemos que estamos formados por conjuntos de polaridades, es decir de actitudes y capacidades que aun pareciendo opuestas, conviven dentro de nosotros y cumplen funciones útiles. Yo soy agresivo y a la vez soy pasivo, yo soy amable y a la vez desagradable, yo soy tierno y a la vez frío. Cuando no queremos asumir alguna de estas cualidades y la negamos, entonces empezamos a desconfiar de nosotros mismos.
Si nos aceptamos tal y como somos creyendo que estas características que tenemos nos pueden ser útiles en algún momento, y que seguramente nos pueden servir para poder adaptarnos mejor a la realidad y a los diferentes contextos, entonces es más fácil que confiemos en nosotros y en nuestra naturaleza. Si que podemos darnos cuenta que algunas de nuestras partes pueden ser perjudiciales para nosotros y para los otros en algún momento, pero eso no significa, que neguemos que existen, sino que tenemos que aprender a canalizarlas para poderlas utilizar de forma adecuada.
Es común en personas que no pueden confiar en ellas, el hecho de haber recibido mensajes muy contradictorios o negativos, especialmente durante su infancia. “Eres la peste”, “estas poseído por el diablo”, “eres un castigo divino”, “eres malo, dios te castigará”, “eres mas malo que Barrabás”.
Son frases que algunos clientes de terapia han escuchado de sus padres cuando eran pequeños. ¿Qué clase de concepto de si mismos han desarrollado estos hijos? Primero, que tenían algo malo en su interior, y después, que fuera de ellos reside un poder que los juzga, que sabe cual es el bien y el mal.
¿Como pueden confiar estas personas en si mismas cuando son mayores? Lo tendrán bastante difícil. Si sus padres no confiaron en ellos, como van a poder hacerlo ellos en si mismos. Con suerte, a posteriori la vida les regalara experiencias en las que se podrán sentir validados o encuentros con personas constructivas a través de las cuales podrán cambiar sus valores interiores.
Otras veces la pérdida de confianza no tiene que ver con que a uno le hayan dicho cosas peyorativas sobre si mismo sino en que, precisamente, han recibido mensajes de excesiva e irreal valoración, del tipo eres el mejor en todo, o bien de sutil infravaloración, al impedirles sus propias experiencias o evitarles obstáculos que los podrían haber fortalecido.
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Por ejemplo, pueden haber sido sobreprotegidos. O quizá no les hayan dejado realizar la mayor parte de las tareas, y las han hecho por ellos, con la mejor de las voluntades, para que no tuvieran que esforzarse o para que no tuvieran que sufrir. En este caso también se puede construir una idea de uno mismo como incapaz.
Frases como “no te subas….” “no corras…” “quédate aquí conmigo y no te pasara nada” “no hagas las cosas solo, me necesitas…”, “cuidado, te harás daño”, etc. son frases que hacen que la persona que las recibe construya un concepto pesimista y de incapacidad.
Cuando sobreprotegemos, sin darnos cuenta, podemos señalar en el otro sus incapacidades para resolver la situación. No nos arriesgamos a que el otro pueda ver hasta donde es capaz de realizar y hasta donde no, para aprender tanto de los éxitos como de los fracasos. De hecho, ante los fracasos, muchos niños suelen intentarlo una y otra vez hasta que lo consiguen. Para aprender se necesita experimentar, para confiar hay que saber enfrentar tanto el éxito como el fracaso y saber manejar las situaciones de ganancia tanto como las de pérdida, pues de ambas la vida nos proveerá.
Con esto no estamos diciendo que no haya que proteger a los niños. No es necesario dejar que metan peligrosamente los dedos en el enchufe para saber que es una descarga eléctrica pero si es necesario permitir que resuelvan dificultades de su tamaño. Imaginemos un adolescente que nos se arriesga en sus relaciones para no recibir calabazas o quebraderos de cabeza. Lo mejor seria entregarlo a sus cuitas sin interferir.
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Por otro lado lo que ayuda a un niño es sentirse mirado como intrínsecamente bueno y bello tal como es, y así puede sentir que merece. Todo sin olvidar los limites tan necesarios que le permiten canalizar la verdadera fuerza y el instinto, y que una cierta disciplina es necesaria para poder expresar o contener una actitud que pueda se difícil o dañina.
Quizá la mejor educación en la confianza es la que nos confronta con problemas para que a través de la experiencia sintamos que algo es posible y merecido para nosotros, experiencias que nos enseñen la medida de los que somos capaces.
Al final, la confianza va más allá de uno mismo, y la confianza en uno mismo sólo es la expresión de una confianza mayor y más abarcativa: la de que la vida tal como es, es buena, y que la guía una inteligencia más grande, aunque no siempre comprendamos sus tramas ni su lógica, especialmente cuando se manifiesta a través de lo desdichado.
Una historia narra las peripecias de su protagonista que, al morir, se encuentra ante Dios, el cual le propone repasar toda su vida para decidir si tiene que ir al infierno o al cielo. Juntos repasan toda la vida y Dios encuentra que ha estado muy bien y que merece el cielo. Pero el protagonista le pregunta a Dios: – Disculpa que te plantee cierta duda. Mientras hacíamos el repaso de mi vida pude ver como caminabas a mi lado y te lo agradezco, siempre cuatro huellas en el camino, pero justo en los momentos más difíciles sólo había dos huellas, ¿Por qué me abandonaste en los peores momentos? A lo que Dios contesta: – Hombre de poca fe. Jamás te abandoné. Pero en los momentos más duros y tormentosos de tu vida te llevé en mis brazos, por eso sólo se veían dos huellas, las mías.
Confiar en uno mismo resulta por tanto un síntoma de confianza en la vida y en la naturaleza de las cosas tal como son.”
Y vosotr@s tenéis que CONFIAR en que la vida proveerá… La semana que viene la tercera y última entrega sobre la confianza… 🙂
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