Publicado: 19/08/2018 - Actualizado: 19/08/2018
Autor: Antonia González
Queridos-queridas mías, como diría aquel…me llena de orgullo y satisfacción traeros un testimonio, un testimonio de otra valiente más, pero esta vez tiene un “bebé” algo distinto, este peque es nuestro libro, “La (In)fertilidad del Alma”, es Silvia Montero, psicóloga y escritora.
Silvia puso palabras a nuestras vidas, a nuestra emociones, a nuestras lágrimas, a nuestros suspiros… y como ella misma cuenta, este proyecto le hizo paralizarse, caer, volverse a levantar, e incluso pensar “yo no sirvo”, “no va a salir bien”…. Os suenan esas frases… verdad que vosotras y vosotros las habéis pensado, e incluso dicho en voz alta, alguna vez? La infertilidad es una forma más de mostrarnos nuestros vacíos, nuestros bloqueos, nuestras heridas…. Solo una forma más….
Hoy Silvia quiere contarnos su experiencia FÉRTIL, tan válida como las muchas que os he puesto en otros post, porque recordad, la fertilidad no es solo quedarte embarazada…..
Os dejo con ella y su corazón:
La página en blanco
«…y yo que pedí al Universo que me brindara oportunidades para escribir. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea ¡porque se puede cumplir!
Cuando alguien me pregunta, ¿Cómo fue tu experiencia de escribir el libro sobre Toñi y Gabi?, se me ilumina la cara, mi corazón hace una voltereta, y mi alma rompe a bailar. Todo en el mismo instante. Imposible resumirlo en pocas palabras. Crear La (In)fertilidad del Alma fue un proceso de intensidad en todas sus vertientes, desde el polo negativo de desolación pensando “estoy bloqueada” hasta la euforia extrema con la publicación entre manos. Un sueño materializado.
Un recorrer muchas emociones, y pisar tierra tras descender desde los largometrajes mentales que me había imaginado sobre ellas hasta sentarme a su lado, acompañándolas en sus penas y alegrías. Llegar a reconocerlas como personas, con sus aspiraciones, miedos y defectos, tras empezar el proyecto cegada por la admiración y fascinación que me distraían de ver su humanidad. Convertir una ilusión en objeto palpable, un libro. Tantas ganas de «adentrarme» en ellas, el deseo de que me contaran su historia me parecía una osadía, ¿qué derecho tenía yo para indagar? –pero si me dejaban ya no era un atrevimiento, me dije– y meter el dedo en la llaga, remover recuerdos dolorosos y sacar a la luz heridas con tal de saber cómo las habían vivido. Para mí, ellas eran ejemplos de superación. Quería saber cómo llegaron hasta su aquí y ahora, después de incontables quedadas para que me fuesen revelando pedacitos de sí.
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Ellas tenían clarísimo que contarlo todo serviría a otras mujeres y sus propias pazientes (personas que buscan la paz) en sus propios procesos. Eso no lo dudé en ningún momento. Lo que no me imaginé, hasta que ocurrió, es que yo también iba a remover emociones propias y bloquearme por el camino. Afrontar la página en blanco, y quedarme ahí. Helada. Hundida. Hueca. Paralizada en el “yo no sirvo para esto”, ¡¿cómo se me ocurrió?!
La intención inicial que me impulsó a proponerles escribir un libro era rozar sus almas desde dentro. Quería penetrar su capa exterior, traspasar su piel, y meterme ahí en su rincón más íntimo y resguardado para verlas desde dentro. Para ver el mundo a través de sus ojos. Sentir como sienten ellas. En su pasado y en su presente. Parecía imposible, si tanto me cuesta entenderme a mí misma, ¿cómo iba a descifrar a una desconocida? Era un reto personal que me planteé. Entonces ¿Cuál sería mi “éxito”? Que ellas considerasen que las había entendido. Así de simple o así de complicado, como se quiera ver. Iba a novelar sus realidades sin haberlas vivido. Únicamente ellas podían juzgar si se leía como si lo hubiesen escrito ellas mismas. Pretendía lograr meramente eso: hacerme pasar por ellas escribiendo.
Y así fue. Cuando le entregué a Toñi mi primer capítulo que comienza con “La loca que les habla…” (no revelo más, jaja), era una segunda prueba. [La primera fue cuando sin conocernos de nada y serle presentada por Gabi aparecí en su vida de un día para otro diciéndole que estaba absolutamente fascinada con su quehacer y que quería que me revelase qué hacía y por qué para escribir su historia, porque Gabi me había hablado de su Método Ostara. Quizás ahí pensó ella “¡¿esta loca qué me dice?!… y por eso comencé el libro inconscientemente fusionando locuras. Entonces, sin duda, faltaba Gabi para acompañarnos como psicoterapeuta.
Cantando a los embriones
Si a Toñi le resonaba en su ser más profundo el cómo la había descrito cantando a los embriones sin haberla nunca tan siquiera visto en el laboratorio jamás, habría logrado suplantar (sin maldad) su identidad. Y seguiríamos. Si no le resonaba, creo que lo hubiera considerado un intento fallido, pues no lograría ser su voz sobre papel.
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Cuando volvimos a vernos después de darle ese borrador, expectante como si su reacción fuese el “sí” o el “no” a darle vida a mi gran ilusión, supe por su abrazo que lo íbamos a lograr. Con ese abrazo empezamos a comunicarnos incluso sin palabras. Me dijo que la hice revivir todo como si hubiese estado ahí cuando ocurrió. Que había llorado. Y que su pareja también. Y entonces lloré yo. ¡Qué emoción! ¡Lo podía hacer! Escuchando atentamente y abriéndome a sentir lo que ellas habían sentido, lo lograría: escribir como si fuese ellas mismas. Y lloré más al llegar a casa y darme cuenta que esto iba en serio, era un sueño hecho realidad: íbamos a escribir un libro entre las tres.
Al principio grabábamos nuestras “sesiones libro”. Yo tomaba apuntes, a mi manera, de lo que me contaban. Les hacía preguntas. Me contaban. ¿Pero sabéis qué? No volví a escuchar las grabaciones más que para recuperar algún dato concreto. La escritura brotaba de las emociones. Las emociones que se me iban revelando y que yo iba haciendo mías, me impulsaban los dedos sobre el teclado. Yo encendía una vela, la misma vela de vainilla que Toñi tenía en su consulta de PsicoFertilidad Natural. Revisaba mis apuntes. Dibujaba un esquema para unificar el recorrido de las emociones entre los hechos que me contaron, y en mis palabras intentaba hilar las experiencias y los pensamientos vividos. Y así me adentraba en ellas. A nivel mental mientras me lo contaban todo, ocupada con hacer preguntas para recopilar toda la información posible en poco tiempo, y a nivel emocional cuando me sentaba en soledad a escribir. Tenía claro que, si pretendía transmitir emociones, tendría que sentirlas también.
El soplo
Parecía una periodista escupiendo preguntas a mil por hora, y pidiendo explicaciones sobre lo que ocurría en los laboratorios de reproducción asistida. Se me paró la respiración cuando Toñi me habló del soplo. Ese soplo que recorre el libro. “En el momento de la verdad, el destino de esas células depende de un soplo humano. De la intromisión de una cálida exhalación externa que traspasa el control científico. De un destello ínfimo a la vez que sobrecogedor en su poderío” (p.27, La (in)fertilidad del alma). El soplo acertado de la embrióloga por un tubo une –o no– el espermatozoide y el embrión. ¿Tanto avance científico y la fusión depende de un soplo? Me hacía volar todos los esquemas por los aires. Toda la instrumentación diseñada por el hombre, reproduciendo parámetros específicos, simulando el calor humano para acoger y mantener vida hasta que se vuelve a tranferir al útero, de repente perdió grandiosidad en mi mente racional. Nuestra exhalación es más grandiosa aún. Y nuestra exhalación depende de cómo estamos. Cómo estamos en nuestro interior. Brota de nuestro ser más profundo, no de una maquinaria perfectamente controlada.
Y el cómo estaba Toñi en aquel entonces es lo que la hundió en la oscuridad más negra obligándola a cuestionarse todo para hallar la coherencia entre lo que dice, piensa y hace. Y Gabi, la que había resurgido de la desolación más triste años antes tras su propio aislamiento y la misma búsqueda del “para qué” de su vida, reconoció las emociones de Toñi sin que dijera palabra. Por sus suspiros. Porque Gabi los había exhalado de la misma manera que Toñi. Y sabía por qué. Juntas lograron que Toñi volviese a crear vidas, pero ahora en otro entorno fuera del laboratorio, poniendo bajo el foco a nuestras almas. La parte que no se miraba en el laboratorio. Y yo también me puse bajo el foco con esta experiencia de escribir la historia de las dos.
Les tengo infinita gratitud por dejar que me asomase a sus almas. Me atreví a proponerles mi locura. Vivirlas por dentro. Ellas se abrieron ante mí. Conllevó bajarme de lo mental a lo emocional, y me obligó a recorrer el mismo camino, desde la parálisis hasta el renacer. Ellas fueron ese soplo que me hizo falta para lanzarme a escribir, a creer que soy capaz, a atreverme a sentir las emociones de los demás para contarlas. Dejarme sentir. No quedarme en lo mental.
Hay veces en la vida que nos encontramos sentadas al borde de un precipicio sin saber qué hay abajo. Nos aferramos por no caer… Y cuando menos lo esperamos llega un soplo que es el empujón que faltaba para saltar, lanzarse al vacío y volar. Yo afronté la página en blanco para llenarla de emoción y vida. Gracias Toñi y Gabi.”
Gracias a ti Silvia, siempre, por el respeto, por las miradas, por los abrazos, y por saber meterte en mi alma…
Y tú, sí tú, el que lees esto, empieza a escribir sobre tu página en blanco, da igual si es perfecto o no, si luego lo borrarás o no, si se publicará o no… lo importante es que has saltado al vacío, has escrito negro sobre blanco. Entendéis?
Ser Fértil no es solo tener hijos.
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